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martes, 1 de febrero de 2011

Demasiado apegado al hogar

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Había un pueblo cerca de un gran río y un gran lago. Cuando el agua abundaba, el río y el lago eran uno. Cuando el agua escaseaba, estaban separados. Instintivamente, los peces y las tortugas parecían saber cuándo sería la estación lluviosa o cuándo habría sequía.

Una vez que sabían que se avecinaba una sequía, cuando el río y el lago eran uno, nadaban desde el lago hasta el río. Sin embargo, una tortuga se negó a seguirlas y proclamó: “aquí nací y crecí; aquí está mi hogar ancestral; ¡No lo abandonaré! 
Así, en la estación cálida, llegó la sequía y se secó toda el agua del lago. Nuestra solitaria tortuga cavó un hoyo y se enterró en la arcilla. Ese lugar también resultó ser el lugar donde los aldeanos solían ir a buscar arcilla. Así, un día, un hombre vino y excavó en busca de arcilla. Con una pala grande, cavó y rompió el caparazón de la tortuga porque pensó que era un gran montón de arcilla.

Entonces la tortuga yació allí muriendo y lamentándose: “aquí nací y viví; Me refugié en el barro negándome a ir donde había vida; ten cuidado y no te quedes en casa para que la muerte te venza”.

Todos deberíamos prestar atención.

No nos digamos: “tengo un hogar (vivienda física); tengo vista, oído, olfato, gusto, tacto (mi cuerpo es mi hogar); Tengo cónyuge, hijo e hija, hombres y sirvientas a mi servicio (mi familia es mi hogar); Tengo dinero y oro (mi casa es mi tesoro)”.

No nos aferremos a cosas externas que nos atan con anhelos y deseos y que inexorablemente nos hacen girar en la rueda de la reencarnación y de existencias cargadas de aflicciones y dificultades.

En cambio, resolvamos cultivar y plantar las causas para el renacimiento en la Tierra Pura Occidental de Dicha en esta misma vida y alcanzar la liberación y la dicha en una sola vida.

Ésa es la conducta y la motivación de los sabios.