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miércoles, 2 de mayo de 2012

La vida pura

Érase una vez en la India, en una vida anterior, Buda nació en la casa del capellán real el mismo día que el hijo del rey. Cuando el rey preguntó a sus ministros si algún niño había nacido el mismo día que su hijo, le dijeron: “Sí, señor, un hijo del sacerdote de tu familia”.
Entonces el rey decretó que ambos fueran entregados juntos al cuidado de las nodrizas reales. Y ambos vestían la misma ropa y tenían exactamente lo mismo para comer y beber.

Cuando cumplieron la mayoría de edad, acudieron juntos al maestro más reputado para aprender todas las ciencias antes de regresar a casa.

El rey nombró virrey a su hijo y le otorgó grandes honores. A partir de ese momento, Buda comió, bebió y vivió con el príncipe virrey. Había una gran amistad entre ellos.

A la muerte de su padre, el joven príncipe ascendió al trono y disfrutó de gran prosperidad. El Buda pensó: “Mi amigo ahora gobierna el reino. Cuando vea una oportunidad adecuada, seguramente me dará el cargo de sacerdote de su familia. Ya he tenido bastante vida como persona independiente. Me convertiré en asceta y me dedicaré a una vida de pureza”.

Entonces pidió permiso a sus padres, renunció a su fortuna terrenal y, sólo, entró en el país del Himalaya. Allí, en un lugar encantador, construyó una choza de paja y, adoptando la vida religiosa de un asceta, meditó y vivió felizmente la vida mística.

En ese momento, el rey se acordó de él y dijo: “¿Qué ha sido de mi amigo? No se le ve por ninguna parte”. Sus funcionarios le dijeron que se había convertido en un asceta y que, según oyeron, vivía en una encantadora arboleda. El rey preguntó dónde moraba y dijo a un gran oficial: “Ve y trae a mi amigo contigo. Lo nombraré mi capellán”.

El funcionario partió y finalmente llegó a una aldea fronteriza. Descansó y fue con algunos guardabosques locales al lugar donde moraba el Buda y lo encontró sentado como una estatua dorada en la puerta de su cabaña. Después de saludarlo con los cumplidos habituales, se sentó a una distancia respetuosa y se dirigió a él así: “Reverendo señor, el rey desea su regreso, ansioso por nombrarlo capellán real”. El Buda respondió: “Si recibiera no sólo el puesto de capellán sino toda la India y la gloria de un Rey que hace girar la rueda, me negaría a ir. Los sabios no retoman los pecados que una vez abandonaron, como tampoco tragarían la flema que habían generado”. El gran funcionario regresó y así informó al rey de la negativa de su amigo de tener poder e influencia.

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La gente de hoy en día parece creer que las personas que dejan la vida de hogar son parásitos de la sociedad. ¡Qué pco saben! Sin duda, es un estilo de vida muy diferente y muy alejado del ansia de riqueza y fama. Prefieren llevar la vida sencilla de un mendigo en lugar de vivir como un rey que no puede resistir la lujuria; que gobierna como un tirano y oprime a los pobres y menos afortunados. Hay mucho que decir acerca de una vida de pureza y humildad que esté desprovista de comportamiento egoísta destructivo.