Por lo general, hay una gran brecha entre las palabras y las acciones de las personas.
Por ello, los antiguos solían emplear estas pruebas para evaluar a las personas:
Enviarles lejos para probar su lealtad.
Mantenerles cerca para ver su respeto.
Darles muchas tareas para probar sus talentos.
Interrogarles cuando están bajo presión para medir su inteligencia.
Darles plazos cortos para calibrar su puntualidad.
Permitirles guardar dinero para evaluar su honestidad.
Advertirles de los peligros para evaluar su constancia.
Emborracharles para observar sus modales.
Causarles aflicción para probar su compostura.
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Confíen en los hechos de las personas, no en las palabras.